Isabel II
La Gloriosa
La Revolución de 1868 supuso el destronamiento de la reina Isabel II y el inicio del Sexenio Democrático. Una brusca sacudida en la historia del siglo XIX español, ya que a partir de ella tiene lugar el primer intento de establecer un régimen político democrático en España, primero en forma de monarquía parlamentaria durante el reinado de Amadeo de Saboya y después con la Primera República Española. Sin embargo, ambas fórmulas acabarán fracasando.
La regencia de Serrano
Tras el triunfo de la Revolución, se forma un Gobierno provisional y se elabora la nueva Constitución de 1869. Este Gobierno está integrado por el Partido Progresista, encabezado por el general Prim y la Unión Liberal liderada por el general Serrano. Quedó fuera el Partido Demócrata, que se transformaría luego en el Partido Republicano Federal.
Juan Prim
Francisco Serrano
Se aprueba la nueva Constitución y se nombra Regente al hasta entonces Presidente del Gobierno provisional, el general Serrano, asumiendo el general Prim, la Presidencia del Gobierno, hasta que el 2 de enero de 1871 jura ante las Cortes Constituyentes el nuevo rey elegido por ellas, Amadeo I de Saboya.
Las fuerzas políticas que habían derribado a Isabel II no se ponían de acuerdo en quién debía sustituirla: los unionistas querían al Duque de Montpensier y los progresistas a Fernando de Sajonia-Coburgo. Cuando el Gobierno anunció la candidatura del príncipe prusiano Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen, se encontró con la negativa de Napoleón III que, en plena rivalidad con Prusia, entendía como una amenaza el hecho de que dos territorios fronterizos con Francia estuviesen encabezados por miembros de la misma casa real. Napoleón III también se opuso a la candidatura del Duque de Montpensier dado el antagonismo entre las casas dinásticas francesas, los Bonaparte y los Orleans. Además, el entronque familiar de Montpensier con los Borbones (era cuñado de la destronada Isabel II) hizo que esta opción fuera muy poco apoyada por los partidos monárquicos democráticos españoles. Sólo quedaba la candidatura italiana de la Casa de Saboya, impulsada por Prim.
Amadeo I
El reinado de Amadeo
Así pues, el 16 de noviembre de 1870 las Cortes Constituyentes eligieron al duque Amadeo de Aosta como nuevo rey de España, con el nombre de Amadeo I. La solución no satisfacía más que a los progresistas y fue aceptada con enorme frialdad por el pueblo español, que no llegó a sentir nunca el menor entusiasmo por el príncipe italiano. Una grotesca sátira titulada “El Príncipe Lila” se celebró en los jardines del Retiro de Madrid, en la que designaban al monarca reinante con el nombre de “Macarroni I” mientras un gentío inmenso de todos los colores y matices aplaudía.
El reinado de Amadeo I no pudo abrirse con peores pronósticos porque nada más desembarcar en España le comunicaron la noticia de que el general Prim, su principal valedor, había muerto víctima de un atentado que había tenido lugar en Madrid tres días antes cuando se dirigía del Congreso a su domicilio. Este hecho privó a Amadeo I de un apoyo indispensable y que habría sido decisivo.
Amadeo desembarcó en Cartagena el 30 de diciembre, para llegar a Madrid el 2 de enero de 1871. Allí se dirigió a la Basílica de Nuestra Señora de Atocha para rezar ante el cadáver de Prim. Tras este amargo trago se trasladó a las Cortes, donde realizó el preceptivo juramento: «Acepto la Constitución y juro guardar y hacer guardar las Leyes del Reino», terminando el acto con la solemne declaración por parte del presidente de las Cortes: «Las Cortes han presenciado y oído la aceptación y juramento que el Rey acaba de prestar a la Constitución de la nación española y a las leyes. Queda proclamado Rey de España don Amadeo I».
El reinado de Amadeo I sólo duró dos años, pues el día 10 de febrero de 1873, presentó su abdicación. La muerte de Prim, que además de ser su principal valedor era el líder del Partido Progresista, importante fuerza política de la coalición monárquico-democrática, a la larga acabó provocando la descomposición de esta coalición destinada a ser el sostén de la monarquía amadeísta. Amadeo I no consiguió integrar a los grupos políticos de la oposición, que no reconocieron la legitimidad del nuevo rey y siguieron defendiendo sus propios proyectos políticos: República, monarquía carlista y monarquía alfonsina. El reinado de Amadeo I forma parte del período Sexenio Democrático (1868-1874), que comienza con la Revolución de 1868 y termina con la también fracasada Primera República Española (1873-1874).
Estanislao Figueras
Estanislao Figueras
El lunes 10 de febrero de 1873, el diario La Correspondencia de España dio la noticia de que el rey había abdicado e inmediatamente los federales madrileños se agolparon en las calles pidiendo la proclamación de la República. El 11 de febrero, día siguiente a la abdicación de Amadeo I, Congreso y Senado constituidos en Asamblea Nacional, proclamaron la República, pero sin definirla como unitaria o como federal, postergando esta decisión a las futuras Cortes Constituyentes, y nombraron como presidente del Ejecutivo al republicano federal Estanislao Figueras que también asumió el cargo de Jefe del Estado.
Alegoría de la Primera República
En mayo se celebraron las elecciones a Cortes Constituyentes, que supusieron una aplastante victoria para el Partido Republicano Federal, aunque esta unanimidad era engañosa porque, en realidad, los diputados republicanos federales de las Constituyentes estaban divididos en tres grupos:
José María Orense
Los «intransigentes«, que formaban la izquierda de la Cámara, propugnaban que las Cortes se declararan en Convención asumiendo los tres poderes del Estado -legislativo, ejecutivo y judicial- para construir la República Federal desde el Municipio a los Cantones o estados y desde éstos al poder federal y también defendían la introducción de reformas sociales que mejoraran las condiciones de vida del proletariado. Este sector de los republicanos federales no tenía un líder claro, aunque reconocía como su «patriarca» a José María Orense, el viejo marqués de Albaida.
Los «centristas» de Francisco Pi y Margall coincidían con los «intransigentes» en que el objetivo era construir una República Federal, pero primero había que elaborar la Constitución y luego proceder a la formación de los Cantones o estados federados.
Los «moderados» constituían la derecha de la Cámara liderados por Emilio Castelar y Nicolás Salmerón, y defendían la formación de una República Democrática que diera cabida a todas las opciones liberales, por lo que rechazaban la conversión de las Cortes en un poder revolucionario como defendían los «intransigentes» y coincidían en que la prioridad de las Cortes era aprobar la nueva Constitución. Su modelo era la unitaria República Francesa, mientras que «intransigentes» y «centristas» tenían como modelo a Suiza y a Estados Unidos, dos repúblicas federales.
Emilio Castelar
A pesar de esta división no tuvieron problemas en proclamar el 8 de junio la República Federal, una semana después de que se abrieran las Cortes Constituyentes bajo la presidencia del veterano republicano «intransigente» José María Orense.
Emilio Castelar justificaba así la instauración del nuevo régimen: «Señorías, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de Amadeo I de Saboya, la monarquía democrática. Nadie ha acabado con ella. Ha muerto por sí misma. Nadie trae la República, la traen una conjuración de la sociedad, la naturaleza y la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra patria».
La etapa de Estanislao Figueras se caracterizó por la inestabilidad política, la proclamación efímera del Estat Catalá, los golpes de estado fallidos de la oposición y por la crisis económica, con el incremento del déficit y el paro. Las medidas más destacadas del gabinete Figueras fueron la supresión de la esclavitud en Puerto Rico y la sustitución del servicio militar obligatorio por el Batallón de Voluntarios de la República. Las disensiones internas en el seno del Consejo de Ministros causaron la dimisión del presidente Estanislao Figueras: «Señores, ya no aguanto más. Estoy hasta los cojones de todos nosotros».
Francisco Pi y Margall
Pi y Margall
Las Cortes eligieron como sustituto al federalista Francisco Pi y Margall al día siguiente. El programa del nuevo Gobierno era la elaboración de una nueva Constitución, el reparto de tierras entre los campesinos no propietarios, el restablecimiento del ejército regular, la separación Iglesia-Estado, la supresión de la esclavitud en Cuba, la creación de jurados mixtos de empresarios y trabajadores para la resolución de conflictos laborales, la jornada de trabajo de 8 horas, el derecho de sindicación obrera y la limitación del trabajo infantil.
El borrador de la Carta Magna recogía el principio de soberanía nacional y la división de poderes: ejecutivo, legislativo y judicial, el principio de relación con el Presidente de la República, el sufragio universal masculino, las libertades de expresión, reunión, asociación y culto y la descentralización administrativa. El Estado federal contemplaba la división de España en 17 estados soberanos con autonomía completa para dotarse de Constitución y de sus propios órganos de gobierno.
Pero los acontecimientos sobrepasaron a Pi y Margall. Algunas comunidades, viendo que el trámite legal de las medidas propuestas a favor del federalismo era muy lento, se declararon independientes adoptando su propia política, su propia policía, su propia emisión de moneda, levantando nuevas fronteras, leyes particulares, etc. Así surgió el cantonalismo que se dio principalmente en la zona de Levante y Andalucía y causó un gran problema a la República.
La política de Pi y Margall le acarreó las críticas de la derecha, de los republicanos unitarios y de parte de la izquierda, que consideró que no supo proclamar la República Federal por decreto sin esperar a las Cortes Constituyentes. Ante este panorama, sumado a la guerra de independencia cubana, la guerra carlista y los intentos de sus opositores por vincularlo al movimiento cantonal, dimitió de su cargo para no tener que utilizar la represión gubernamental contra los insurrectos cantonalistas.
Situación española en 1873/74. En rojo, la Tercera Guerra Carlista. En amarillo, la Revolución cantonal.
Azorín dijo de él: «En 1873 siendo ministro de Gobernación, pudo haber instaurado la República Federal, con ocasión de las insurreciones de Sevilla, Barcelona y Cartagena. Y este hombre que desde 1854 venía predicando la federación y consagrando a ella todas sus energías, ¡permaneció inerte!». Acorralado por la oposición unitaria y por los federalistas intransigentes que habían promovido la insurreción cantonal, Pi y Margall presentó su dimisión con motivo del Cantón de Cartagena.
Nicolás Salmerón
Tras la dimisión de Pi i Margall las Cortes Constituyentes nombraron Presidente del Ejecutivo a Nicolás Salmerón.
Nicolás Salmerón
La situación a la que se enfrentaba era especialmente crítica, lo que le llevó a rescatar de la reserva a diversos militares, como al general monárquico Arsenio Martínez-Campos y a Manuel Pavía, de tendencia radical. Los cantones de Sevilla, Valencia y Cádiz cayeron en manos gubernamentales y, aunque las tropas cantonalistas de Cartagena se hicieron con un triunfo al tomar Orihuela, pronto fueron vencidos en Chinchilla y replegaron su avance.
El nuevo jefe del Gobierno erradicó los cantones independientes entre el 26 de julio y el 8 de agosto, mediante el envío del ejército a las zonas sublevadas. En Murcia, la Junta Cantonal abandonó la capital con destino a Cartagena ante la inminente llegada de las tropas del general Martínez-Campos y la ciudad portuaria se convertiría en el último bastión del cantonalismo en España.
En Cartagena, los federales proclamaron el Cantón el 12 de julio de 1873 que permaneció independiente del Gobierno central debido al poderío de la flota asentada en su puerto y al sistema de fortificaciones de la ciudad costera. Roque Barcia dirigía la Junta Revolucionaria y Antonio Gálvez asumió el cargo de comandante en jefe del ejército cantonal, delegando el mando de la flota en el general Juan Contreras.
Fragata Numancia, buque insignia de la flota cantonal
Los sublevados intentaron sin éxito la expansión de su territorio hacia el interior con incursiones por Hellín, Orihuela y Lorca y utilizaron la Armada como instrumento de intimidación para financiar el mantenimiento del Cantón a costa de los impuestos en las ciudades costeras de Alicante, Torrevieja, Águilas, Mazarrón, Vera y Almería.
Cabecera del periódico «El Cantón Murciano»
La Junta Revolucionaria creó el periódico ‘El Cantón Murciano’, para la difusión de sus ideas y noticias y emitió el duro cantonal como moneda propia, aprovechando la riqueza minera de la región. La independencia del Cantón de Cartagena se vio amenazada con el inicio del asedio del general Martínez-Campos a la ciudad en el mes de agosto de 1873.
El 7 de septiembre de ese mismo año, Salmerón presentaba la dimisión alegando su negativa a firmar las condenas a muerte de unos militares que habían sido juzgados por colaborar con los cantonalistas. «Abandonó el poder por no firmar una sentencia de muerte», reza el epitafio de su tumba. Las Cortes eligieron como sustituto al ex-ministro de Estado Emilio Castelar.
Dos días después de abandonar su puesto, Salmerón fue elegido como Presidente del Congreso de los Diputados. Los enfrentamientos con su sucesor, Emilio Castelar, coadyuvaron involuntariamente al golpe de estado del general Pavía que, junto a otro posterior de Martínez-Campos el 29 de diciembre de 1874, darían lugar al fin de la primera experiencia republicana.
Emilio Castelar
Emilio Castelar participó en la Revolución de 1868 que destronó a Isabel II, pero no consiguió entonces la proclamación de la República. Fue diputado en las inmediatas Cortes Constituyentes en las que destacó por su capacidad oratoria, especialmente a raíz de su defensa de la libertad de cultos. Siguió defendiendo la opción republicana dentro y fuera de las Cortes hasta que la abdicación de Amadeo I de Saboya provocó la proclamación de la Primera República.
Durante el primer gobierno republicano, presidido por Estanislao Figueras, ocupó la Cartera de Estado, desde la que adoptó medidas como la eliminación de los títulos nobiliarios o la abolición de la esclavitud en Puerto Rico. Pero desde su inicio, la República se vio desgarrada por las disensiones ideológicas entre sus líderes, aislada por la hostilidad de la Iglesia, la nobleza, el ejército y las clases acomodadas, acosada por la insurrección cantonal, por la reanudación de la guerra carlista y el recrudecimiento de la rebelión independentista en Cuba y así, la Presidencia de la República fue pasando de mano en mano hasta que las Cortes Constituyentes le nombraron a él.
Manuel Pavía
El nuevo líder instauró la República unitaria y consiguió la concesión de poderes extraordinarios del Parlamento para solucionar los graves problemas políticos, económicos y sociales del país. Para tratar de salvar al régimen disolvió las Cortes, movilizó hombres y recursos y encargó el mando de las operaciones a militares profesionales, aunque de dudosa fidelidad a la República. A comienzos de 1874 Castelar presentaba su dimisión tras la pérdida de una cuestión de confianza en votación parlamentaria. Mientras se votaba el nombramiento del nuevo presidente, que iba siendo favorable a Eduardo Palanca Asensi, el general Manuel Pavía dio un golpe de Estado y disolvió las Cortes. A Castelar se le ofreció formar gobierno, pero éste rechazó el ofrecimiento y finalmente fue el general Francisco Serrano quien aceptó ser Presidente del Gobierno, formando un nuevo Gobierno de Unidad Nacional.
Francisco Serrano
El general Serrano instauró una dictadura republicana, decretó la disolución de las Cortes Generales y consiguió la derrota definitiva del Cantón de Cartagena mediante su conquista por el general José López Domínguez el 12 de enero de 1874: los cantonalistas se rindieron tras un asedio continuado de seis meses y la destrucción de la mayor parte de la ciudad en los bombardeos.
Arsenio Martínez-Campos
Una vez resuelto el problema cantonal, el general Serrano delegó el poder político para dirigir la lucha del ejército contra las tropas carlistas en el Norte peninsular. El general Martínez-Campos selló el final de la Primera República con el golpe de estado de Sagunto el 29 de diciembre de 1874. La aceptación del Pronunciamiento de Martínez-Campos por el Gobierno supuso la liquidación de la República y la restauración de la monarquía en la persona del rey Alfonso XII.
Antonio Gálvez Arce «Antonete»
El llamado «padre del cantonalismo» nació en 1819 en el pueblo murciano de Torreagüera. Desde pequeño, sus padres le habían inculcado el amor a la libertad y al sueño democrático. Tuvo que abandonar pronto la escuela para ayudar a su padre, pero su innato amor por el saber y la cultura hicieron de él un incansable lector autodidacta. Antonete consiguió convertirse en labrador propietario y hacerse un hueco en el estrato burgués. Sin embargo, luchó por el bienestar político, económico, cultural y social de los más humildes.
Antonete
Gálvez deseaba un sistema republicano federal y la autonomía regional para lograr la más profunda democracia participativa y resolver los problemas reales de la gente del pueblo, que la política absentista de la época marginaba por completo. En su lucha contra los intereses de la oligarquía contó con el apoyo de la pequeña burguesía además de la amistad de grandes figuras políticas, como el general Prim y Cánovas del Castillo. También fue el fundador del Partido Federal murciano.
El republicanismo estaba dividido entre los moderados, que pretendían construir una federación desde el Estado y los que, al igual que Antonete, deseaban una República Federal en la que los estados autónomos crearan la posterior federación. Cuatro presidentes se sucedieron en el breve lapso de un año: Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar. Además, no se pudo poner en práctica el sistema federal porque el poder ejecutivo estaba absorbido por las complicaciones que conllevaban la guerra carlista y los disturbios coloniales.
Viendo los federales que la proclamación de la Constitución se alargaba indefinidamente y con ella sus reivindicaciones, provocaron el estallido de huelgas revolucionarias y la fundación de cantones independientes en Levante y Andalucía. El cantonalismo triunfó dentro de la provincia murciana en Cartagena, Murcia, Jumilla, Caravaca, Cieza, Abarán, Blanca, Ricote, Ojós, Ulea, Villanueva, Archena, Las Torres de Cotillas, Alhama, Lorca, Fuente Álamo y Pliego.
En Cartagena los republicanos federales, con Manuel Cárceles al frente, habían proclamado el Cantón el 12 de julio de 1873 mediante la colocación de la bandera roja cantonalista en el castillo de San Julián. Posteriormente, se les uniría Antonete tras proclamar el Cantón en Murcia. Ambos cantones constituyeron el denominado Cantón Murciano, dispuesto a extender la sublevación federal por toda la región.
El gobierno republicano consiguió reprimir la insurrección en toda España, salvo en la región de Murcia donde los rebeldes contaban con mayor implantación. El Cantón Murciano quedó reducido al Cantón de Cartagena en agosto de 1873, cuando las tropas centralistas de Martínez-Campos sofocaron los núcleos cantonales del resto de la región de Murcia. Cartagena resistió el asedio hasta el mes de enero de 1874 gracias a las defensas de la ciudad y al apoyo de la marinería.
En enero de 1874 el bombardeo sobre Cartagena dejó la ciudad prácticamente deshecha y la escasez de comestibles se hizo insoportable. El 12 de enero comenzó la rendición: las fuerzas del general José López Domínguez entraron en la ciudad y se dio por terminada la Revolución Cantonal. Antonete Gálvez fue condenado a muerte y tuvo que exiliarse en la ciudad argelina de Orán.
Las tropas centralistas entran en Cartagena
A su regreso un año después, Gálvez tuvo que afrontar el golpe de estado del general Pavía que puso fin a la República Federal, y el Pronunciamiento, en Sagunto, del general Martínez-Campos que supuso la restauración de la monarquía borbónica en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II. La Constitución Democrática de 1869 fue suspendida y los derechos y las libertades del pueblo español quedaron drásticamente recortados. Se iniciaba en España el periodo de la Restauración.
El 7 de abril de 1887 la amada mujer de Antonete falleció. Éste, perseguido y condenado a muerte, la acompañó hasta el último momento. La Guardia Civil se presentó en el entierro para detener al líder cantonal, pero el respeto y veneración que Antonete despertaba en todo el pueblo le procuró la libertad una vez más. En 1891, la justicia se pronunció, finalmente, a favor de Antonete Gálvez, que quedó libre y regresó a su casa, siendo elegido concejal del Ayuntamiento de Murcia.
Gálvez murió el 28 de diciembre de 1898. Su entierro se convirtió en una tumultuosa demostración de cariño popular. El obispo de la Diócesis de Cartagena prohibió su entierro en suelo santo, pero 50 años más tarde fue trasladado al cementerio de Torreagüera, su pueblo natal, junto a sus paisanos y familiares. El Ayuntamiento de Murcia, en reconocimiento a su importancia histórica y socio-política, nombró a Antonete «Hijo Predilecto de Murcia» en 1998, coincidiendo con la conmemoración del primer centenario de su muerte.
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